Pórtico 


Esposa de la calma, hija del silencio y del tiempo,
que en tu friso floreado cuentas
adornadas historias, más dulces que mis versos,
¿qué secretos esconden tus figuras?
¿qué encubren hombres, dioses o esquivas doncellas?
¿qué las flautas y panderos?

Dulces son las melodías que oímos,
pero aún más dulces las que nunca escuchamos.
Seguid, pues, tocando, dulces flautas,
mas no para los oídos; tocad canciones silenciosas,
las más apreciadas por el espíritu.
No dejes morir tu canto, bello joven,
bajo estos árboles nunca desnudos.

¡Dichosas las ramas de hojas perennes
que no despedirán jamás la primavera!
¡Dichoso tú, músico infatigable, que con tu flauta
modulas canciones siempre nuevas!

¡ Oh escenario griego de hombres y muchachas
que con ramas del bosque danzan sobre la hierba!
¡Oh forma silenciosa!
Tus enigmas, como la eternidad,
desbordan nuestro pensamiento.

Cuando el tiempo destruya nuestra generación,
tú sobrevivirás entre penas distintas a las nuestras.
Tú, amiga de los hombres, nos seguirás diciendo:
“La belleza es verdad, y la verdad belleza…”
Nada más se sabe en esta tierra y nada más hace falta saber.

John Keats. Oda a una urna funeraria griega, (fragmentos) (1820)

Ir a la página principal

 

Cuando en junio de 2022 abandoné el “Claustrum Armonicum”, el coro que tan ilusionadamente fundé con Esther Unceta en el año 2000, fue cobrando fuerza y forma en mí la idea de despertar y dar vida a uno de los sueños que de manera vaga e indefinida había dormido aletargado durante años en mi cabeza, la de plasmar en una página personal mis intereses, mis vivencias y, sobre todo, mi trabajo de búsqueda en archivos y recuperación posterior de diversas partituras inéditas, poniendo a disposición de cualquier interesado el resultado de este esfuerzo.

Podría haber intentado prologar estas ideas de una manera rigurosa y académica, pero me ha parecido más sugerente hacerlo copiando unos fragmentos del poema de John Keats con que abro esta sección porque, con esa maestría que muestran los poetas en sus textos, nos ponen de bruces ante las teselas fundamentales del mosaico que darán forma y sentido a esta página web, cuyo pórtico pretenden ser estos párrafos.

En efecto, una primera lectura elemental del poema nos sitúa ante el mundo griego que ha sido hasta mi jubilación el marco conceptual básico de mi trabajo como profesor de filosofía en Institutos de Enseñanza Media.

Han sido muchas las clases en que he tratado de explicar a mis alumnos la frase de Xavier Zubiri, según la cual “los griegos somos nosotros”, y sobre ella volveré a hablar seguramente en otros párrafos y apartados de esta misma web.

Grecia, cuna y raíz de nuestra cultura

Grecia es no sólo la cuna de la filosofía, la democracia, la literatura o el teatro, sino de nuestra cultura, de nuestra forma de enfrentarnos a la realidad, lo que equivale a decir que sus categorías y su marco conceptual es el que, desarrollado, utilizamos como base para interpretar y explicar nuestra relación con el mundo tanto físico como social. Este es sin duda el paisaje en que se dibuja el poema y a él parecen aludir las alusiones a los secretos que encubren hombres y dioses, a los enigmas que desbordan nuestro pensamiento o las referencias finales a la verdad y la belleza.

El poema no se dirige directamente a una persona, sino a la vasija que contiene las cenizas de aquel cuya vida y secretos pretenden sugerir las imágenes que recorren la superficie de la urna funeraria. En nuestro caso las imágenes bien podrían ser las dos musas de la ilustración adjunta que están tomadas de una lámina que compré como recuerdo en mi viaje a Grecia.

Mediante preguntas, que es una manera muy griega de enfocar los problemas, el poeta se dirige a la urna, a la que califica como “hija adoptiva del silencio y del tiempo”, para reflexionar sobre la mortalidad humana frente a la inmortalidad del arte. Cuando nosotros hayamos muerto, la urna seguirá proclamando que “la belleza es verdad, y la verdad belleza …”

Atenea con el buho.
Pintura del s. V a.C.

Verdad y belleza son dos de los ideales que hacen que la vida merezca la pena y que como tantos otros conceptos importantes de nuestra cultura hunden sus raíces en Grecia.

La verdad , que será el valor que buscan la ciencia y la filosofía, estaba protegida en Grecia por Atenea, la hija preferida de Zeus, nacida, ya adulta y totalmente armada, directamente de la frente de Zeus. Suele representarse acompañada por una lechuza, animal que por su vuelo silencioso y aspecto reflexivo, los griegos asociaban a la razón y la inteligencia. Atenea, la diosa protectora de Atenas y la que tutela y lleva a buen puerto el regreso de Ulises a Ítaca tras la guerra de Troya, representa en la cultura griega la aspiración a la justicia en lo social y a la verdad en lo cognitivo. Es la diosa de la estrategia en la guerra, la inteligencia, las ciencias, la artesanía, la educación y otros campos afines.

La belleza, el segundo concepto del poema, estaba protegido por las nueve musas, hijas también de Zeus, concebidas en nueve noches consecutivas de placer con Mnemosine, y nacidas todas en un mismo parto. Con el tiempo a cada musa se le asignó la protección concreta de alguna de las artes (poesía, teatro, música, danza, …) pero inicialmente todas ellas conjuntamente o cualquiera de ellas en particular eran las protectoras de las diversas actividades humanas que hoy relacionamos con el arte, con otras palabras, aquellas vivencias y acciones que, asociadas a experiencias sensoriales (ver, oír, danzar, …), nos proporcionan en general una sensación placentera.

De todas estas disciplinas, la música y la poesía fueron ocupando un lugar más destacado hasta el punto de que es la “música” la que les presta el nombre común de ‘musa' a todas ellas.

Hemos dicho más arriba que todas eran hijas de Mnemosine, diosa griega que personifica los recuerdos o la memoria, tema al que aludiré más adelante cuando trate de la recuperación y transcripción de partituras del pasado.

Las nueve musas con Apolo en el Olimpo

Volviendo al poema de Keats, nuestras músicas -dice- son caducas, pero las que entonan las musas representadas en la urna son músicas eternas. Son “dulces las melodías que oímos, pero aún más dulces las que nunca escuchamos, aquellas que no se tocan para los oídos”. La muerte marcará el fin de nuestro canto individual, pero de igual manera que “las ramas de hojas perennes no despedirán la primavera”, no morirán las músicas de las musas, que continuarán “modulando canciones siempre nuevas”.

Estudiar las relaciones entre la verdad y la belleza ha ocupado muchas páginas de filósofos, desde los clásicos griegos, los neoplatónicos, los escolásticos al tratar de lo que llamaban los “transcendentales”, hasta los más modernos como Heidegger, Nietzsche o nuestra María Zambrano, pero no es éste el momento de su desarrollo.

Diré para terminar que en este contexto bien podría interpretar mi vida como un viaje a nuestros orígenes, a Grecia, ya que ambos conceptos me han acompañado en el camino: la verdad, su búsqueda y sus exigencias en mi trabajo como profesor de filosofía y la belleza en el tiempo dedicado a mis aficiones, de las que la música ha sido la principal.

En éste ya largo viaje todavía no he recorrido todas las etapas, todavía estoy en camino y, recurriendo de nuevo a otro de mis poemas preferidos (“Ítaca” del griego Constantino Kavafis), me gustaría que esta larga travesía fuera:

Sé que Grecia es un país materialmente pobre y que, cuando el recorrido acabe, no me va a llenar de las riquezas que nunca busqué, pero sé también que habrá sido la razón por la que emprendí este viaje, cuyas hermosas y variadas experiencias han colmado y enriquecido mi vida.

Resumiendo, para terminar: sin Grecia en el horizonte este viaje nunca habría sido tan hermoso.

 

Ir a la página principal